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lunes, 12 de diciembre de 2011

JUAN HIJO DE ZEBEDEO, APÓSTOL


JUAN, HIJO DE ZEBEDEO
JUAN, HIJO DE ZEBEDO
Pintura de EL GRECO

Juan, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago. Su nombre, típicamente hebreo, significa "El Señor ha hecho gracia". Se encontraba ordenando las redes a orillas del lago Tiberíades, cuando Jesús le llamó junto con su hermano. Juan siempre forma parte del grupo reducido que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones. Está junto a Pedro y Santiago cuando Jesús, en Cafarnaúm, va a casa de Pedro para curar a la suegra de este; también con ellos sigue al Maestro a la casa del archisinagogo Jairo, cuya hija será resucitada ; está a su lado en el monte de los Olivos cuando ante el imponente Templo de Jerusalén pronuncia el discurso sobre el fin de la ciudad y del mundo; y por último, le acompaña cuando en el Huerto de Getsemaní se retira a solas para rezar al Padre antes de la Pasión. Poco antes de la Pascua, cuando Jesús elige a dos discípulos para que preparen la sala para la Cena, él y Pedro son los encargados de esta tarea.

Esta posición relevante dentro del grupo de los Doce explica la iniciativa que un día tomó su madre: se acercó a Jesús para pedirle que sus dos hijos, Juan y Santiago, pudieran sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda en el reino.

Como sabemos, Jesús contestó con otra pregunta: pidió que ellos estuvieran dispuestos a beber del cáliz que él mismo iba a beber. La intención que subyacía a esas palabras era la de abrir los ojos de los dos discípulos, la de iniciarlos en el conocimiento del ministerio de su persona y la des simbolizarles la futura llamada a ser sus testigos hasta la prueba suprema de la sangre. De hecho, poco después Jesús precisó que no había venido para ser servido, sino para servir y dar su propia vida como pago a las gentes. En los días siguientes a la resurrección, volvemos a encontrar a los <<hijos de Zebedeo>> comprometidos con Pedro y algunos otros discípulos en una noche infructuosa, la pesca milagrosa: será <<el discípulo que Jesús amaba>> quien primero reconozca <<al Señor>> y quien se lo indique a Pedro.

Dentro de la Iglesia de Jerusalén, Juan ocupó un puesto relevante en la formación de la primera agrupación de cristianos. En efecto, Pablo le cuenta entre aquellos a los que llama <<columnas>> de aquella comunidad. Lucas, en los Hechos, le presenta junto con Pedro cuando van a rezar al templo o comparecen ante el sinedrio para testimoniar su fe en Jesucristo. También junto con Pedro cuando es enviado por la Iglesia de Jerusalén para confirmar a los que se han unido en Samaria al Evangelio, y reza por ellos para que reciban el Espíritu Santo. Es de destacar lo que afirma, junto con Pedro, ante el sinedrio que le está procesando: << pues nosotros no podemos no hablar de lo que hemos visto y oído>>. precisamente esta sinceridad al confesar su fe constituye un ejemplo y una advertencia para que todos nosotros estemos siempre dispuestos a declarar con decisión nuestra inquebrantable adhesión a Cristo, anteponiendo la fe a cualquier cálculo o interés humano.

Según la tradición, Juan es <<el discípulo predilecto>>, quien en el cuarto Evangelio apoya la cabeza sobre el pecho del Maestro durante la Última Cena, se encuentra a los pies de la cruz junto con la madre de Jesús y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la presencia del Resucitado. Sabemos que hoy día esta identificación es discutida por los especialistas, algunos de los cuales ven en él solamente el prototipo de discípulo de Jesús. Dejaremos a los exégetas que diriman esta cuestión y nos limitaremos a extraer una lección importante para nuestra vida: el Señor desea hacer de cada uno de nosotros un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto no basta con seguirle y escucharle exteriormente: también hay que vivir con Él y como Él. Esto solo es posible en un contexto de relación plena. Eso es lo que sucede entre los amigos; por eso Jesús dijo un día: << Nadie tiene un amor mayor que este: dar uno su vida por sus amigos...Ya no os llamo esclavos, porque el esclavo no sabe qué va a hacer su señor; en cambio, a vosotros os he llamado amigos, porque os hice conocer todo lo que oí a mi Padre>>.

En los apócrifos Hechos de Juan, el apóstol no es presentado como fundador de ciudades ni a la cabeza de comunidades ya constituidas, sino en continuo peregrinaje, como comunicador de la fe al encuentro con <<almas capaces de tener esperanza y de ser salvadas>>. Todo se mueve en el paradójico intento de hacer ver lo invisible. Y por eso él es llamado por la Iglesia oriental simplemente << el teólogo>>, es decir, aquel que es capaz de hablar en términos accesibles de las cosas divinas, desvelando un misterioso acceso a Dios mediante la adhesión a Jesús.

El culto del apóstol Juan se extendió desde la ciudad de Éfeso, donde, según una tradición antigua, trabajó largo tiempo y en la que murió a edad muy avanzada, bajo el mandato del emperador Trajano. En Éfeso, el emperador Justiniano, en el siglo VI, mandó construir en su honor una gran basílica, de la que todavía quedan unas imponentes ruinas. En la iconografía bizantina es representado frecuentemente como un anciano y en actitud de intensa contemplación, como invitando al silencio.

Y es que sin un adecuado recogimiento no es posible acercarse al misterio supremo de Dios y a su revelación. Eso explica por qué, hace años, el patriarca ecuménico de Constantinopla Atenágoras, a quien el papa Pablo VI abrazó en un memorable encuentro, llegó a afirmar: << Juan es el origen de nuestra espiritualidad más elevada. Como él, los "silenciosos"conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se inflama>> (O. Clément, Diálogos con Atenágoras, Turín, 1972, pag. 159).

De mi parte podemos tomar como oración esta expresión final con la que concluye Benedicto XVI la historia de la vida del apóstol Juan:  Que el Señor nos ayude a entrar en la escuela de Juan para aprender la gran lección de amor y así sentirnos amados por Cristo << hasta el extremo> y consumir nuestra vida por Él.

(Audiencia General, 5 de julio de 2006, plaza de San Pedro)

En este punto voy a extraer algunos de los pasajes que Benedicto XVI nos trasmite no sólo para un mayor aprendizaje de Juan, sino, para que podamos recorrer su camino. El camino que a través de sus escritos Juan nos quiso legar para la eternidad a los seres humanos de toda época, condición y lugar.


No transcribiré la textualidad de toda la riqueza que contiene este libro acerca de los Apóstoles, respecto, específicamente de Juan, para que puedan tener la gracia de acceder a él y tenerlo en sus manos para una y otra vez recorrerlo y redescubrir cada vez algo nuevo que hará nuevas nuestras esperanzas de fe.

En el día de (la audiencia general, 9 de agosto de 2006, Aula Pablo VI) Benedicto XVI dice:

..."Si hay un argumento característico que emerge de los escritos de Juan es el del amor. No por casualidad quise comenzar mi primera carta encíclica con las palabras de este apóstol: <<Dios es amor (Deus est charitas): si nos amamos mutuamente Dios permanece en nosotros, y su amor ha llegado en nosotros a su perfección>>.  Es muy difícil encontrar textos como este en otras religiones. Por eso este tipo de expresiones nos revelan un aspecto verdaderamente peculiar del cristianismo. Sin duda, Juan no es el único autor de los orígenes del cristianismo que habló del amor. Al ser este un constituyente esencial del cristianismo, todos los escritores del Nuevo Testamento hablan de ello, aunque sea con palabras diferentes.

Si ahora nos detenemos a reflexionar sobre este tema en Juan es porque él trazo con insistencia y de manera incisiva las líneas principales de este aspecto.

...No hace un tratamiento abstracto, filosófico, ni siquiera teológico, sobre lo que es el amor. No, él no es un teórico. En realidad, del verdadero amor, por su propia naturaleza, nunca es puramente especulativo, sino que implica una referencia directa, concreta y verificable hacia personas reales. Así pues, Juan como apóstol y amigo de Jesús nos muestra cuáles son los componentes o, mejor dicho, las fases del amor cristiano, un movimiento que se caracteriza por tres momentos.

El primero, hace referencia a la Fuente del amor, que el apóstol coloca en Dios, llegando, como hemos visto, a afirmar que << Dios es amor>>. Juan es el único autor del Nuevo Testamento que nos da una suerte de definición de Dios. Él dice, por ejemplo, que <<Dios es Espíritu>> o que <<Dios es luz>>. Aquí proclama con fulgurante intuición que <<Dios es amor>>. Nótese bien: ¡no afirma simplemente que <<Dios ama>> y tampoco que <<el amor es Dios>>! En otras palabras: Juan no se limita a describir la acción divina, sino que llega hasta sus raíces. Además, no pretende atribuir una cualidad divina a un amor genérico e impersonal; no parte del amor a Dios, sino que se dirige directamente a Dios para definir su naturaleza con la dimensión infinita del amor. Con esto Juan quiere decir que el constituyente esencial de Dios es el amor y que, por tanto, toda la actividad de Dios nace del amor y está marcada por el amor: todo lo que Dios hace, lo hace por amor y con amor, aunque no siempre podamos entender que eso es amor, el verdadero amor.

Ahora bien, en este punto es indispensable dar un paso más y precisar que Dios demostró su amor entrando en la historia humana mediante la persona de Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros. Este es el segundo momento constitutivo del amor de Dios. Él no se limitó a hacer declaraciones verbales,sino que, por decirlo de algún modo, se comprometió de verdad y <<lo vivió>> en primera persona. En efecto, como escribe Juan: <<Pues Dios amó de tal manera al mundo (es decir, a todos nosotros), que entregó a su Hijo Unigénito>>. A partir de entonces, el amor de Dios por los hombres se concretiza y manifiesta en el amor del propio Jesús. También Juan escribe: Jesús, <<habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo>>. En virtud de ese amor oblativo y total nosotros somos rescatados del pecado, como también escribe san Juan: << Hijitos míos...si alguno peca, tenemos un intercesor ante el Padre: Jesucristo es justo; y él es la víctima de expiación por nuestros pecados, y no por nuestros pecados solo, sino también por los del mundo entero>>. He aquí hasta donde llega el amor de Jesús por nosotros ¡hasta el derramamiento de su propia sangre para nuestra salvación! El Cristiano, ante la contemplación de este <<exceso>> de amor, no puede dejar de preguntarse cuál debe ser su respuesta.

...Esta pregunta nos introduce en un tercer paso de la dinámica del amor: como depositarios receptivos de un amor que nos precede y sobrepasa, estamos llamados al deber de una respuesta activa, que para ser adecuada solo puede ser una respuesta de amor. Juan habla de un <<mandato>>. De hecho, él refiere estas palabras de Jesús: << Os doy un mandato nuevo: que os améis mutuamente; que como yo os he amado, también vosotros os améis mutuamente>>.

¿En qué consiste la novedad a la que se refiere Jesús? En el hecho de que no se contenta con repetir lo que ya se exigía en el Antiguo Testamento y que también leemos en los demás Evangelios: <<amarás a tu prójimo como a ti mismo>>. En el antiguo precepto el criterio normativo partía del hombre (<<como a ti mismo>>), mientras que, en el precepto referido por Juan, Jesús presenta a su propia persona como motivo y norma de nuestro amor: <<como yo os he amado>>. Es así como el amor se hace verdaderamente cristiano, pues lleva en sí mismo la novedad del cristianismo: ya sea porque debe dirigirse hacia todos sin distinción, o sobre todo porque debe llegar has sus más extremas consecuencias, no teniendo más medida que el hecho de no tener medida.

Esas palabras de Jesús, <<como yo os he amado>>, nos invitan y al mismo tiempo nos inquietan; son una meta cristológica que puede parecer inalcanzable, pero también son un estímulo que no nos permite abandonarnos a lo que hemos podido conseguir. No nos consiente contentarnos con cómo somos, sino que nos impulsa a mantenernos en el camino hacia esta meta."

Les propongo que oremos al Padre junto con Benedicto XVI, extrayendo de sus últimas palabras de esta descripción de Juan de esta manera: Recemos al Padre para poderlo vivir, aunque sea de manera imperfecta, con una intensidad tal que podamos contagiar a cuantos encontremos en nuestro camino.

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