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lunes, 12 de diciembre de 2011

SANTIAGO EL MENOR, APÓSTOL



SANTIAGO EL MENOR
Santiago el menor
Pinrtura de EL GRECO

También el forma parte de la lista de los doce apóstoles elegidos personalmente por Jesús, y siempre se especifica que es <<hijo de Alfeo>. Se le ha identificado a menudo con otro Santiago, llamado << el Pequeño>>, hijo de una tal María que podría ser la ,<< María de Cleofás>>, presente, según el cuarto Evangelio, a los pies de la cruz junto con la madre de Jesús. Él también era originario de Nazaret y probablemente pariente de Jesús, de quien es llamado << hermano>>, conforme al uso semítico.

El libro de los Hechos subraya el importante papel que este último Santiago llevó a cabo en la Iglesia de Jerusalén. En el concilio apostólico allí celebrado después de la muerte de Santiago el mayor, afirmó, junto con los demás, que los paganos podían ser recibidos en la Iglesia sin tener que someterse a la circuncisión. San Pablo, que le atribuye una aparición del Resucitado, con ocasión de su viaje a Jerusalén le llega a llamar incluso antes que a Cefas-Pedro, calificándole de <<columna>> de esa Iglesia, a semejanza de él.

Tras esto, los judeocristianos le consideran su principal punto de referencia. A él también se le atribuye la carta que lleva el nombre de Santiago y que está incluida en el canon neotestamentario. No se presenta en ella como <<hermano del Señor>>, sino como <<siervo de Dios y del Señor Jesucristo)>>.

Entre los especialistas se debate la cuestión de la identificación de estos dos personajes del mismo nombre: Santiago, hijo de Alfeo, y Santiago, <<hermano del Señor>>. Las tradiciones evangélicas no nos han transmitido ningún relato de ninguno de los dos que haga referencia al período de la vida terrena de Jesús.

Los Hechos de los apóstoles, en cambio, nos informan de que un << Santiago>> desarrolló un papel muy importante, como ya hemos apuntado, tras la resurrección de Jesús, dentro de la Iglesia primitiva. 

La acción más relevante que llevó a cabo fue la intervención en la cuestión de la difícil relación entre los cristianos de origen hebreo y los de origen pagano: contribuyó, junto con Pedro, a superar, o mejor dicho, a integrar la primitiva dimensión judía del cristianismo a la exigencia de no imponer a los paganos convertidos la obligación de someterse a todas las normas de la Ley de Moisés.

El libro de los Hechos nos ha transmitido la solución de compromiso, propuesta por el propio Santiago y aceptada por todos los apóstoles presentes, en virtud de la cual a los paganos que hubieran creído en Jesucristo solo se les debía pedir que se abstuvieran de la costumbre idolátrica de comer la carne de los animales ofrecidos en sacrificio a los dioses, y de la << impudicia>>, término que probablemente aludía a las uniones matrimoniales no consentidas. En la práctica, se trataba de observar solo unas pocas prohibiciones, consideradas bastante importantes, de la legislación de Moisés.

De esta forma se lograron dos resultados significativos y complementarios, que todavía están vigentes: por una parte, se reconoció la relación indisoluble que une el cristianismo con la religión judía como su matriz perennemente viva y válida; por otra, se permitió a los cristianos de origen pagano conservar su propia identidad sociológica, que habrían perdido si hubieran sido forzados a observar los <<preceptos ceremoniales>> judíos: estos ya no se consideraban obligatorios para los paganos convertidos.

En resumen, se daba comienzo a una práctica de estima y respeto recíprocos que, a pesar de las lamentables incomprensiones posteriores, por su naturaleza pretendía salvaguardar cuanto era característico de las dos partes.

La información más antigua sobre la muerte de este Santiago nos la ofrece el historiador judío Flavio Josefo. En sus Antigüedades Judías, redactadas en Roma en la última etapa del siglo I, nos cuenta que el final de Santiago fue decidido de forma ilegítima por el sumo sacerdote Anano,hijo del Anás, citado en los Evangelios. Este aprovechó el intervalo entre la destitución de un procurador romano (Festo) y la llegada de su sucesor (Albino) para decretar su lapidación en el año 62.

Al nombre de Santiago, además del apócrifo Protoevangelio de Santiago, que exalta la santidad y la virginidad de María, madre de Jesús, está particularmente vinculada la carta que lleva su nombre. En el canon del Nuevo Testamento ocupa el primer lugar entre las denominadas << cartas católicas>>, es decir, destinadas no solo a una única Iglesia en particular -como Roma, Éfeso, etc.-, sino a varias. Se trata de un escrito bastante importante, que insiste mucho en la necesidad de no reducir la fe a una mera declaración verbal o abstracta, sino de expresarla concretamente en obras de bien. Además, nos invita a ser constantes en las pruebas que aceptamos con alegría y en la oración confiada, para obtener de Dios el don de la sabiduría, gracias a la cual llegamos a comprender que los verdaderos valores de la vida no están en las riquezas transitorias, sino en saber compartir los propios bienes con los pobres y necesitados.

Así pues, la carta de Santiago nos ensena un cristianismo muy concreto y práctico. La fe debe realizarse en la vida, sobre todo en el amor del prójimo y en particular en la dedicación a los pobres.

Con este trasfondo también debe ser leída la famosa frase: << Pues como el cuerpo, independientemente del espíritu, está muerto, así también la fe, independientemente de las obras, está muerta>>.

En ocasiones, esta declaración de Santiago ha sido comparada con la afirmación de Pablo de que Dios nos hace justos no en virtud de nuestras obras, sino gracias a nuestra fe. Ahora bien, las dos frases, en apariencia contradictorias por sus diferentes perspectivas, en realidad, sí se interpretan bien, se complementan. San Pablo desaprueba el orgullo del hombre que piensa que no tiene necesidad del amor de Dios, que nos protege, desaprueba el orgullo de la autojustificación sin la gracia regalada y no merecida. 

Santiago habla, en cambio, de las obras como fruto normal de la fe: <<Todo árbol bueno produce frutos buenos>>, dice el Señor. Y Santiago lo repite y nos lo dice a nosotros.

Por último, la carta de Santiago nos invita a abandonarnos a las manos de Dios en todo lo que hacemos, pronuciando siempre las palabras: <<Si el Señor quiere>>. Él nos enseña a no presumir de organizar nuestra vida de forma autónoma e interesada, sino a dejar un espacio a la impenetrable voluntad de Dios, que conoce lo que de verdad nos conviene. De este modo Santiago se convierte en un maestro de vida siempre vivo para cada uno de nosotros.

(Extraído de la Audiencia general del 28 de junio de 2006, plaza de San Pedro. Recogida por Benedicto XVI en su libro antes mencionado sobre los apóstoles,)

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