lunes, 12 de diciembre de 2011

SAN FELIPE APÓSTOL


SAN FELIPE
SAN FELIPE
Dice Benedicto XVI: "En las listas de los Doce siempre aparece colocado en quinto lugar, y por tanto, prácticamente entre los primeros. Aunque Felipe fuera de origen hebreo, su nombre es griego, como el de Andrés, y esta es una pequeña señal de apertura cultural que no debemos subestimar. Las noticias que tenemos acerca de él nos las proporciona el Evangelio de Juan.

Era originario del mismo lugar que Pedro y Andrés, es decir, de Betsaida, una pequeña ciudad que pertenecía a la tetrarquía de uno de los hijos de Herodes el Grande, también llamado Felipe.

El cuarto Evangelio cuenta que, después de ser llamado por Jesús, Felipe se encuentra con Natanael y le dice: << Hemos encontrado a aquel del que escribió Moisés en la ley, y los profetas: Jesús, Hijo de José, el de Nazaret>>. Ante la respuesta más bien escéptica de Natanael (<< ¿De Nazaret puede haber algo bueno?>>), Felipe no se rinde y contraataca con decisión: << Ven a ver>>. En esta respuesta, concisa pero clara, Felipe pone de manifiesto las características principales del verdadero testigo: no se contenta con proponer el anuncio, como si fuera una teoría, sino que interpela directamente a su interlocutor invitándole a que tenga una experiencia personal de lo que le ha anunciado.

Estos mismos verbos son los que emplea el propio Jesús cuando dos discípulos de Juan Bautista se le acercan para preguntarle dónde vive. Jesús respondió: <<Venid a ver>>.

Podemos pensar que Felipe también se dirige a nosotros al pronunciar estos dos verbos que suponen un compromiso personal. También a nosotros nos dice lo que le dice a Natanael: <<Ven a ver>>.

El apóstol nos empuja a conocer a Jesús de cerca.

En efecto, la amistad, el conocimiento verdadero del otro, necesita de la cercanía, es más, en parte vive gracias a ella. Además, no hay que olvidar que, según lo que escribe Marcos, Jesús eligió a los Doce con el objetivo inicial de que <<estuvieran con él>>, es decir, que compartieran su vida y aprendieran directamente de él no solo el estilo de su comportamiento, sino sobre todo quién era Él de verdad. Solo así, participando de su vida, podían conocerlo y luego anunciarlo.

Más tarde, en la Carta de Pablo a los Efesios, leeremos que lo importante es <<aprender a Cristo>>, es decir, no solo y no tanto escuchar sus enseñanzas, sus palabras, sino conocerle la Él en persona, es decir, su humanidad y divinidad, su misterio, su belleza. Y es que no solo es un Maestro, sino un Amigo, o mejor, un Hermano.

¿Cómo podríamos conocerle a fondo sí permanecemos lejos de él? La intimidad, la familiaridad, la costumbre nos hacen descubrir la verdadera identidad de Jesucristo. Lo mismo que nos enseña el apóstol Felipe. Y por eso nos invita a <<ir>>, a <<ver>>, es decir, a entrar en contacto de escucha, de respuesta y de comunión de vida con Jesús día a día.

...."En otro momento, muy importante para la historia futura, antes de la Pasión, algunos griegos que se encontraban en Jerusalén para la Pascua, <<se acercaron a Felipe...y le rogaron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe va y se lo dice a Andrés; Andrés y Felipe van y se lo dicen a Jesús>>.

..." Es este caso hace de intermediario entre la petición de algunos griegos.... y Jesús. Esto nos enseña a estar también nosotros siempre dispuestos tanto a recibir preguntas e invocaciones de donde vengan como a dirigirlas al Señor, el único que puede satisfacerlas completamente. Es importante, de hecho, saber que no somos nosotros los destinatarios últimos de las oraciones de quienes se nos acercan, sino que es el Señor: a él le debemos dirigir a todo aquel que se encuentra en necesidad. Es decir, ¡cada uno de nosotros debe ser un camino abierto hacia él!

Hay otra ocasión destacada en la cual también entra en escena Felipe. Durante la Última Cena, habiendo Jesús afirmado que conocerle a Él significaba también conocer al Padre, Felipe le preguntó con cierta ingenuidad: <<Señor, muéstranos al Padre y nos basta>>. Jesús le contestó con un tono de benévolo reproche: << Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿ Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"¿ No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre está en mi?... Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas>>. Estas palabras se cuentan entre las más inspiradas del Evangelio de Juan. Contienen una revelación pura y verdadera. Al final del prólogo de su Evangelio, Juan afirma: << A Dios nadie lo ha visto nunca; el Dios Hijo Unigénito, el que está en el regazo del Padre, ese lo reveló>>. Esta declaración, que es del Evangelista, es retomada y confirmada por el propio Jesús. Pero con un nuevo matiz. 

En efecto, mientras el Prólogo de Juan habla de una intervención explicativa de Jesús a través de las palabras de su enseñanza, en la respuesta a Felipe, Jesús hace referencia a su propia persona como tal, dando a entender que es posible comprenderlo no solo a través de lo que dice, sino más aún, a través de lo que sencillamente es. Utilizando la paradoja de la Encarnación, podemos afirmar que Dios se concedió un rostro humano, el de Jesús, y en consecuencia, a partir de entonces, si de verdad queremos conocer el rostro de Dios, solo tenemos que contemplar el rostro de Jesús. ¡En su rostro vemos realmente quién es Dios y cómo es Dios!.

El Evangelista no nos dice si Felipe entendió plenamente la frase de Jesús. Lo cierto es que le dedicó por entero su propia vida. Según algunos relatos posteriores (Hechos de Felipe y otros), nuestro apóstol evangelizó primero Grecia y luego Frigia, y allí murió, en Hierápolis, con un suplicio que ha sido descrito como crucifixión o lapidación.

Queremos cerrar nuestra reflexión incídiendo en el objetivo al que debe tender nuestra vida: encontrar a Jesús como lo encontró Felipe, intentando ver en él al propio Dios, el Padre Celestial. ¡Si no hacemos este esfuerzo, solo veremos proyectada nuestra imagen como en un espejo, y cada vez estaremos más solos! En cambio, Felipe nos enseña a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con él, y a invitar también a otros a compartir esta indispensable compañía. Y viendo y compartiendo a Dios, encontraremos la verdadera vida.

(Audiencia General, 6 de septiembre de 2006, plaza de San Pedro)

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